HOYOS, Louis
Sachar
Hay quien
piensa que si un chico comete una falta o un pequeño delito, hay que castigarlo
con severidad para evitar que se convierta en un delincuente. Eso fue lo que
pensó el juez que envió a Stanley Yelnats a un campamento para muchachos
descarriados, o dicho con las palabras del juez, a un correccional. Y esto es
lo que se cuenta en Hoyos, uno de los
mejores libros juveniles que se
han publicado en los últimos años.
Sin embargo, «Stanley no era un mal chico. Era
inocente del delito por el que lo habían condenado. Simplemente estaba en el
lugar equivocado en el momento equivocado».
El campamento a donde lo
enviaron para que se reformara, se llamaba Lago Verde, aunque allí no había
ningún lago. «Antes había uno muy grande, el lago más grande de todo Texas.
Pero de eso hace más de cien años.
Ahora es sólo una llanura de tierra reseca».
Ya tenemos el protagonista: el bueno de
Stanley; ya tenemos el paisaje en el que va a transcurrir la novela: un lago
seco, y ya sabemos que ese lugar inhóspito es un reformatorio a donde se manda
a los chicos malos.
Con estos ingredientes, el autor de Hoyos, Louis Sachar, construye una
novela intensa, que nos engancha desde la primera línea. Una novela de muy fácil lectura, pero de muy difícil
escritura. Cada palabra y cada frase parecen haber sido pensadas y pesadas para que digan lo justo, lo
necesario, lo preciso. En ese
texto, tan bien armado, no falta ni sobra nada. Y sin embargo lo leemos con
pasmosa facilidad, como si el autor nos estuviera contando esta fascinante
historia al oído, y nosotros no quisiéramos que parase de contar.
Sorprende comprobar que, justo en la mitad del
libro, hay un hermoso cuento en el que se relata la historia de Lago Verde hace
ciento diez años, cuando era el lago más grande de Texas. Es un cuento
magnífico que puede leerse o contarse sin necesidad de conocer el resto de la
novela. Tiene una gran fuerza como relato en sí mismo. Pero si lo leemos con la
novela, tal y como el autor lo pensó, todo el relato, y ese mismo cuento,
adquieren la dimensión de una pieza que nos faltara para completar un fabuloso
puzzle. Eso es lo sorprendente.
En ese lugar desolado, que es ahora Lago Verde,
Stanley y todos sus compañeros de campamento, tienen que cavar todos los días
un hoyo en la tierra dura y reseca del lago. Un hoyo de un metro de diámetro
por un metro de profundidad. Cavar cuando el termómetro marca treinta y cinco
grados a la sombra, no es precisamente una tarea fácil. Es algo que te llena de
ampollas las manos, de agujetas los músculos y de impotencia el corazón.
A quien lea este libro también le quedará un
hoyo en su interior, un hoyo
insaciable que pide más y más lecturas como la de este libro.
Paco Abril, escritor,
cuentacuentos, experto en LIJ.
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