viernes, 27 de enero de 2017



MALA LUNA, Rosa Huertas

Si alguien quiere conocer la importancia de Miguel Hernández en el panorama poético del siglo XX tiene hoy muchos modos de hacerlo, todos complementarios: leer una buena biografía (bastaría con la magnífica de José Luis Ferris, Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta), adentrarse  directamente en su obra (la mejor manera, sin duda) y leer esta obra que paso a comentarles, publicada en una editorial donde se editan libros de literatura juvenil. La buena literatura juvenil es aquella que no se limita a sus potenciales destinatarios, los jóvenes, sino la que es apta para cualquier lector. Hay que luchar contra la invisibilidad crítica que sufre la literatura juvenil, sencillamente porque existe un corpus de obras de tal calidad que permite reivindicar el valor literario y didáctico de este subgénero narrativo.
Pero qué se cuenta en esta novela. Convaleciente de una operación, José Castillo, el abuelo de Clara, lee en un periódico que un concejal de Cultura, e hijo homónimo de un antiguo amigo suyo, Aurelio Sánchez-Macías, asegura que aún quedan algunos poemas inéditos de Miguel Hernández. La ira que muestra José Castillo sorprende a su nieta Clara, “la más inteligente, la más guapa, la más cariñosa” (p. 20), quien arranca el compromiso de su abuelo para que le cuente los detalles de los últimos días que compartió con el poeta en la prisión de Alicante. A partir de este momento, los diálogos se agrandan como consecuencia de los extensos parlamentos que José Castillo le refiere a su nieta, un casi monólogo que convendría leer en voz alta para advertir toda su emoción (pp. 25-27). El abuelo le encomienda a Clara una ardua labor investigadora: que recabe datos de Víctor, amigo de Clara y nieto de Aurelio, para descubrir si finalmente Aurelio Sánchez-Macías conserva ese cuaderno de tapas negras en el que se supone que Miguel Hernández escribió sus últimos poemas, pues José Castillo vio cómo antes de morir el poeta Aurelio lo sustrajo de entre las pocas pertenencias que poseía.
Antes de que la historia que Aurelio escribe en el cuaderno que lee su nieto Víctor nos dé cabal información de la vida de Miguel Hernández, el abuelo José cuenta a su nieta los meses que vivió con el poeta en la cárcel. Recuerda la emoción incomparable que sentía cuando Miguel le recitaba poemas: “Esa es la maravillosa cualidad de los verdaderos poetas, que nos hacen sentir lo que ellos sienten, que parece que escriben leyendo nuestra alma (p. 50)”. También recuerda que Miguel le hablaba mucho de unos cuentos que estaba escribiendo para su hijo. Y ese comentario lleva a quien esto escribe a recordar a un antiguo profesor de la Universidad de Alicante, José Carlos Rovira, quien le regaló una edición facsímil de Dos cuentos para Manolito: (para cuando sepa leer). El abuelo reclama toda la atención de su nieta porque es mucho lo que tiene que contarle, consciente de que ella será el último eslabón de esa necesaria memoria histórica, la de del reconocimiento de la verdad. Y no olvida la bondad y el dolor del poeta cuando le decía: “Tristes guerras, José, las que nos convierten en enemigos de nuestros amigos (p. 52)”. Le cuenta también la humillante claudicación que tuvo que sufrir Miguel Hernández al casarse por la iglesia para no perjudicar a su mujer y a su hijo.
La novela toma su título de un poema de Miguel Hernández: “Yo nací en mala luna”. No solo es un fresco fehaciente de los lugares en los que vivió el poeta (la Glorieta, la plaza Nueva, Benferri, Alicante, las pensiones de Madrid, los lugares por donde anduvo en la capital, las cárceles de Ocaña y las de Alicante…), sino también una prueba palpitante de la noble amistad de la infancia (aparecen Carlos Fenoll y su amigo del alma, Ramón Sijé, el extraño y contradictorio Aurelio Sánchez-Macías, la siempre aludida Josefina Manresa, su futura esposa, el padre severo del poeta…). Pero, es sobre todo, la plasmación de un mundo abocado al enfrentamiento ideológico, la imposibilidad de ser neutral, y la incoherencia de dejarse llevar hasta el extremo de que otros decidan por uno mismo. Este es el caso de Aurelio Sánchez-Macías, a través de cuya pluma conocemos la dimensión moral y literaria de Miguel Hernández. En el cuaderno negro leemos la novela de la vida del propio Aurelio, todas sus bajezas, su admiración y odio hacia Miguel, el dolor que le reconcome por no haberlo ayudado, por dejarse llevar para salvar su pellejo y atesorar a lo largo de su vida una gran fortuna. Aurelio es también un personaje atribulado: conforme avanzamos en la lectura de su novela autobiográfica más miserable se nos antoja y más crece la figura del poeta, aunque al final también se aprecia un intento de redimirlo: “Consuelo Álvarez [la esposa de Aurelio] lo amaba y Raimundo Gómez se consideró su amigo toda la vida. Algo debió de hacer para merecerlos. Algo hizo para merecer el cariño de su nieto (p. 219)”.
Estilísticamente, la novela presenta dos planos diferencias: una novela escrita en tercera persona, donde un narrador omnisciente nos cuenta la vida de Clara y Víctor, dos jóvenes que se sirven de sus abuelos respectivos, José Castillo y Aurelio Sánchez-Macías, para conocer la relación que ambos mantuvieron con Miguel Hernández; y, por otro lado, la narración en primera persona de Aurelio, que se inserta en medio, y que nos permite conocer las razones por las que actuó de ese modo. Este rememora al final de su vida ese tiempo, y al contarnos el modo miserable en que trató al poeta también quiere resarcirse de su culpa, pedir un perdón más que imposible: “…elegí salvar la vida (p. 135)”. La escritura de Aurelio es siempre emotiva, es la prosa de quien admira mucho a un amigo, la de quien ha sufrido el desencuentro, la de quien reconoce también su altivez sin sentido. A través de su escrito conocemos la biografía de Miguel, su natural bonhomía, su inquebrantable conciencia del deber, la desesperación ante la muerte de su amigo Ramón Sijé el 26 de diciembre de 1935, su fidelidad a la idea de que solo a través de la cultura y la libertad se acabará con las injusticias. Frente a este personaje inconmensurable, resulta abyecto el modo de actuar de los falangistas Diego Ibáñez o Cayetana. Al final, la sensación de verdad que trasmiten las palabras de los amigos de Miguel Hernández son tan vívidas y la fluidez narrativa tan lograda que proporcionan a la experiencia lectora una gran satisfacción.
Acabada la lectura de esta novela, pienso que debiera ser leída por muchos motivos: para descubrir al hombre y al poeta Miguel Hernández, precisamente ahora que se conmemora el 75 aniversario de su muerte; para no olvidar las consecuencias nefastas de esa lucha fratricida que fue la Guerra Civil; y para descubrir el talento narrativo de una autora, a quien a partir de este momento le hago un hueco entre mis elegidas. Sé que este libro debiera de ir de la mano de la lectura de los versos del poeta, pero esta novela es un gran homenaje a la vida y a la obra del poeta oriolano. Rosa Huertas escribe: “Las palabras que marcan nuestra vida se nos quedan grabadas con un eco de campanas (p. 208)”. Cambiemos “palabras” por “libro” para volver con gozo a esta magnífica novela.

Julián Montesinos Ruiz


Mala luna, Rosa Huertas,
1ª ed., 7ª reimpr.,
Edelvives, Zaragoza, 2009, 2016



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