MALA LUNA, Rosa Huertas
Si alguien quiere conocer la importancia
de Miguel Hernández en el panorama poético del siglo XX tiene hoy muchos modos
de hacerlo, todos complementarios: leer una buena biografía (bastaría con la
magnífica de José Luis Ferris, Miguel
Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta), adentrarse directamente en su obra (la mejor
manera, sin duda) y leer esta obra que paso a comentarles, publicada en una editorial
donde se editan libros de literatura juvenil. La buena literatura juvenil es aquella que no se limita a sus
potenciales destinatarios, los jóvenes, sino la que es apta para cualquier
lector. Hay que luchar contra la invisibilidad crítica que sufre la literatura
juvenil, sencillamente porque existe un corpus de obras de tal calidad que
permite reivindicar el valor literario y didáctico de este subgénero narrativo.
Pero qué se cuenta en esta novela. Convaleciente de una operación,
José Castillo, el abuelo de Clara, lee en un periódico que un concejal de
Cultura, e hijo homónimo de un antiguo amigo suyo, Aurelio Sánchez-Macías,
asegura que aún quedan algunos poemas inéditos de Miguel Hernández. La ira que
muestra José Castillo sorprende a su nieta Clara, “la más inteligente, la más
guapa, la más cariñosa” (p. 20), quien arranca el compromiso de su abuelo para
que le cuente los detalles de los últimos días que compartió con el poeta en la
prisión de Alicante. A partir de este momento, los diálogos se agrandan como
consecuencia de los extensos parlamentos que José Castillo le refiere a su
nieta, un casi monólogo que
convendría leer en voz alta para advertir toda su emoción (pp. 25-27). El
abuelo le encomienda a Clara una ardua labor investigadora: que recabe datos de
Víctor, amigo de Clara y nieto de Aurelio, para descubrir si finalmente Aurelio
Sánchez-Macías conserva ese cuaderno de tapas negras en el que se supone que
Miguel Hernández escribió sus últimos poemas, pues José Castillo vio cómo antes
de morir el poeta Aurelio lo sustrajo de entre las pocas pertenencias que
poseía.
Antes de que la historia que Aurelio escribe en el cuaderno que lee
su nieto Víctor nos dé cabal información de la vida de Miguel Hernández, el
abuelo José cuenta a su nieta los meses que vivió con el poeta en la cárcel.
Recuerda la emoción incomparable que sentía cuando Miguel le recitaba poemas:
“Esa es la maravillosa cualidad de los verdaderos poetas, que nos hacen sentir
lo que ellos sienten, que parece que escriben leyendo nuestra alma (p. 50)”.
También recuerda que Miguel le hablaba mucho de unos cuentos que estaba
escribiendo para su hijo. Y ese comentario lleva a quien esto escribe a
recordar a un antiguo profesor de la Universidad de Alicante, José Carlos
Rovira, quien le regaló una edición facsímil de Dos cuentos para Manolito: (para cuando sepa leer). El abuelo
reclama toda la atención de su nieta porque es mucho lo que tiene que contarle,
consciente de que ella será el último eslabón de esa necesaria memoria
histórica, la de del reconocimiento de la verdad. Y no olvida la bondad y el
dolor del poeta cuando le decía: “Tristes guerras, José, las que nos convierten
en enemigos de nuestros amigos (p. 52)”. Le cuenta también la humillante
claudicación que tuvo que sufrir Miguel Hernández al casarse por la iglesia
para no perjudicar a su mujer y a su hijo.
La novela toma su título de un poema de Miguel Hernández: “Yo nací
en mala luna”. No solo es un fresco fehaciente de los lugares en los que vivió
el poeta (la Glorieta, la plaza Nueva, Benferri, Alicante, las pensiones de
Madrid, los lugares por donde anduvo en la capital, las cárceles de Ocaña y las
de Alicante…), sino también una prueba palpitante de la noble amistad de la
infancia (aparecen Carlos Fenoll y su amigo del alma, Ramón Sijé, el extraño y
contradictorio Aurelio Sánchez-Macías, la siempre aludida Josefina Manresa, su
futura esposa, el padre severo del poeta…). Pero, es sobre todo, la plasmación
de un mundo abocado al enfrentamiento ideológico, la imposibilidad de ser
neutral, y la incoherencia de dejarse llevar hasta el extremo de que otros
decidan por uno mismo. Este es el caso de Aurelio Sánchez-Macías, a través de
cuya pluma conocemos la dimensión moral y literaria de Miguel Hernández. En el
cuaderno negro leemos la novela de la vida del propio Aurelio, todas sus
bajezas, su admiración y odio hacia Miguel, el dolor que le reconcome por no
haberlo ayudado, por dejarse llevar para salvar su pellejo y atesorar a lo
largo de su vida una gran fortuna. Aurelio es también un personaje atribulado:
conforme avanzamos en la lectura de su novela autobiográfica más miserable se
nos antoja y más crece la figura del poeta, aunque al final también se aprecia
un intento de redimirlo: “Consuelo Álvarez [la esposa de Aurelio] lo amaba y
Raimundo Gómez se consideró su amigo toda la vida. Algo debió de hacer para
merecerlos. Algo hizo para merecer el cariño de su nieto (p. 219)”.
Estilísticamente, la novela presenta dos planos diferencias: una
novela escrita en tercera persona, donde un narrador omnisciente nos cuenta la
vida de Clara y Víctor, dos jóvenes que se sirven de sus abuelos respectivos,
José Castillo y Aurelio Sánchez-Macías, para conocer la relación que ambos
mantuvieron con Miguel Hernández; y, por otro lado, la narración en primera
persona de Aurelio, que se inserta en medio, y que nos permite conocer las
razones por las que actuó de ese modo. Este rememora al final de su vida ese
tiempo, y al contarnos el modo miserable en que trató al poeta también quiere
resarcirse de su culpa, pedir un perdón más que imposible: “…elegí salvar la
vida (p. 135)”. La escritura de Aurelio es siempre emotiva, es la prosa de
quien admira mucho a un amigo, la de quien ha sufrido el desencuentro, la de
quien reconoce también su altivez sin sentido. A través de su escrito conocemos
la biografía de Miguel, su natural bonhomía, su inquebrantable conciencia del
deber, la desesperación ante la muerte de su amigo Ramón Sijé el 26 de diciembre
de 1935, su fidelidad a la idea de que solo a través de la cultura y la
libertad se acabará con las injusticias. Frente a este personaje
inconmensurable, resulta abyecto el modo de actuar de los falangistas Diego
Ibáñez o Cayetana. Al final, la sensación de verdad que trasmiten las palabras
de los amigos de Miguel Hernández son tan vívidas y la fluidez narrativa tan
lograda que proporcionan a la experiencia lectora una gran satisfacción.
Acabada la lectura de esta novela, pienso que debiera ser leída por
muchos motivos: para descubrir al hombre y al poeta Miguel Hernández,
precisamente ahora que se conmemora el 75 aniversario de su muerte; para no
olvidar las consecuencias nefastas de esa lucha fratricida que fue la Guerra
Civil; y para descubrir el talento narrativo de una autora, a quien a partir de
este momento le hago un hueco entre mis elegidas. Sé que este libro debiera de
ir de la mano de la lectura de los versos del poeta, pero esta novela es un
gran homenaje a la vida y a la obra del poeta oriolano. Rosa Huertas escribe:
“Las palabras que marcan nuestra vida se nos quedan grabadas con un eco de
campanas (p. 208)”. Cambiemos “palabras” por “libro” para volver con gozo a
esta magnífica novela.
Julián Montesinos Ruiz
Mala luna, Rosa
Huertas,
1ª ed., 7ª reimpr.,
Edelvives, Zaragoza, 2009,
2016
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