LA PARTITURA, Mónica Rodríguez
Escribir para vencer al olvido,
para impedir que la nieve cubra los recuerdos y los secretos de una vida. Este
pudiera ser el motivo por el que Marta, la narradora omnisciente de esta
novela, nos cuenta la vida de dos genios de la música, Daniel Faura (conocido
como Gandalf) y la bella Sayá Sansar, a sabiendas de que saldrá zarandeada
emocionalmente.
Marta, una joven que trabaja como asistenta en una residencia de ancianos,
conoce a Gandalf, un viejo estrafalario, de larga barba en forma de triángulo,
quien un día, en mitad de la noche, interpreta la música más intensa y
conmovedora que Marta haya escuchado jamás. Esa música, conocida más tarde como
Sonata para Sayá, esconde el secreto
de una vida, la vida que Gandalf y Sayá vivieron en la primera mitad del siglo
pasado en Rusia, Mongolia, Viena, Mallorca y en otros lugares de Europa. Al mismo
tiempo es una bella historia sobre el poder emocional de la música y su
capacidad para unir almas que sientan cierta connivencia estética. Marta lo
expresa así: “Y pienso que el tiempo es capaz de borrarlo todo, de pudrir la
madera de un piano, pero que la música permanece” (p. 15). También se citan,
entre otras, obras de Chopin (Estudio, op. 10, nº3) y de Schumann (Sonata nº
1).
Por otra parte, la relación entre Daniel y Sayá es la historia de un
amor y de cómo los anhelos de posesión destruyen precisamente ese amor. Al
mismo tiempo que Marta construye la novela, vive también ciertos altibajos
emocionales en su relación con Roberto, a quien formula algunas preguntas al
final de la novela. Marta expresa su deseo de que alguien la quiera de verdad, pues
siente que a su vida le falta equilibrio: “El desamor es algo terrible, te
vence. Te aniquila. Aquellos días yo no tenía ganas de nada, me sentía como
Gandalf cuando sucumbía a la
apatía. Nada merecía la pena si tú no estabas conmigo” (p. 33). Esta novela, en
esencia, revela la carta, el diario y una sonata, obras que Daniel Faura dedicó
a Sayá Sandar. Con gran maestría Marta maneja los tiempos narrativos, regresa
al pasado a través de la lectura del diario de Gandalf, vuelve a la residencia y
a su presente en la casa desde la que escribe la obra mientras ve caer la
nieve, y hace partícipe a Roberto de todas sus decisiones. Para Sayá el amor de
Daniel estaba viciado en su origen, pues tanto la quería y de manera tan
posesiva que llegó a destruirla: “No basta el amor. No basta. Tal vez si la
vida fuera una novela (…) bastaría con el amor, pero la vida es el día a día,
son las pequeñas cosas que nos suceden a cada segundo (…). No sé si me amaba.
Estaba obsesionado conmigo, sí, y por eso me destruía cada día” (p. 207). Al
final de la novela, mientras Marta y Sayá toman un té verde en una cafetería,
Marta descubre que son distintas las visiones que ellas tienen de Daniel: para Marta,
Daniel refleja la entrega más absoluta a un ideal, mientras que para Sayá ese
amor mal entendido es un ejemplo de dominio y destrucción. La vida, como los
recuerdos, se alteran subjetivamente con el paso del tiempo.
En cuanto al estilo, sobresale un contenido lirismo que no ahoga el
fluido desarrollo de la acción, siempre guiado por un ritmo narrativo
encomiable; destaca el detallismo descriptivo, una manera elegante y delicada de
captar la realidad: “La luz del día rompía contra los altos tilos, ya sin
hojas, (…). Recuerdo que pensé que parecían huesos, esqueletos de árboles, (…).
Supongo que, si no hubiera mirado a los tilos tanto rato, mi vida no habría
dado un vuelco. Pero la vida, ya sabes, es una sucesión de momentos, (…). Así
pues, doblé la esquina y mi vida se vino al traste” (p. 32).
Esta
novela se merece una buena guía de lectura, dedicarle más tiempo de análisis,
pero lo que se merece principalmente es que sea leída. La partitura (XVI Premio Alandar de Narrativa Juvenil, 2016) excede
los estrechos límites de lo que yo considero una novela juvenil. Es tan buena,
plantea con tanta emoción y sabiduría los temas claves de la literatura (el
amor y su contrario, la muerte, la soledad, la posesión, la aventura vital y
viajera, la música…) que encaja más bien en el marchamo de una literatura “apta
para jóvenes” y, por lo tanto, idónea para quienes quieran disfrutar de una de
las mejores novelas que, desde mi punto de vista, se han publicado últimamente.
Julián Montesinos Ruiz
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