EL CONDE DE MONTECRISTO, Alejandro Dumas
Hace años, siendo
un chaval, cuando visitábamos la modesta biblioteca del colegio Franciscanos
de Alicante, me entretenía con los tebeos de Tintín y con unos libros ilustrados que me permitieron conocer
algunas de las novelas más interesantes de la literatura decimonónica europea.
Luego, en varias ocasiones he intentado leer El conde Montecristo en su versión completa, pero siempre por un
roto o un descosido lo he ido aplazando para otro momento. La edición que hoy
comento se lee de un tirón. Más que una adaptación que sigue fielmente la
novela original, se trata de una versión para jóvenes lectores. Sinceramente,
no creo que exista otro modo de mostrar a los clásicos en el ámbito educativo si no es a través
de adaptaciones o versiones. La de Anaya se lee con gran fluidez, y el mérito
hay que atribuírselo a Francisca Íñiguez Barrena.
En mi defensa constante de que la lectura y la
escritura deben ser los ejes en torno a los que se vertebre todo el proceso de
enseñanza-aprendizaje en la ESO (es decir, una concepción de la asignatura de
Lengua y Literatura como taller de lectura y escritura), estoy convencido de
que el corpus lector que debe leer un adolescente ha de basarse en libros que
conviertan la lectura en una experiencia personal. Y para ello el docente deberá
ser un lector atento y curioso que ofrezca a sus alumnos libros de diversa
procedencia: literatura juvenil en primer lugar, clásicos adaptados, algunos
textos contemporáneos inteligibles, y ciertos álbumes ilustrados.
Esta novela se publicó por entregas entre
agosto de 1844 y enero de 1846 en el Journal
des Débats. A la sazón, Alejandro Dumas (1802-1870) era un renombrado escritor,
aquejado por importantes deudas que le obligaban a escribir numerosas obras,
algunas de ellas muy prolijas.
El
nudo argumental de El Conde de
Montecristo se basa en una idea moralmente aceptada: el mal cometido con arbitrariedad debe ser vengado y así reparado el honor. Como
expresan muy bien Pollux Hernández y José M. G. Holguera en su magnífica
edición para la editorial Anaya (1990), la estructura de la obra se corresponde
con cada uno de los escenarios en los que se sitúa la acción: “Marsella: un
inocente, Dantés, es encerrado de por vida en una mazmorra, de la que consigue
evadirse al cabo de catorce años con el secreto de un tesoro escondido en la
isla de Montecristo. Roma: Dantés se transforma en conde de Montecristo, verdadero
príncipe que puede conseguirlo todo con sus riquezas. Conoce a un parisino,
hijo de uno de los tres responsables de su condena. París: Montecristo se venga
metódica y fríamente de estos tres hombres, destruyéndolos de una u otra manera
a ellos y a sus familias”.
Edmundo
Dantés, el personaje de humilde origen que acaba siendo el rico conde de
Montecristo, consigue salir de la cárcel isla en la que fue encerrado por el
procurador Villefort, quien dio crédito a las acusaciones del envidioso
Danglars, quien a su vez contó con la colaboración del celoso Fernando para
acabar con la libertad de Dantés. Se sucederán aventuras (véase la huida del
castillo de If) y escenas costumbristas certeras para conocer el modo de vida
de la época. La profusión de datos históricos, la ambientación romántica y las
sabias peripecias de los personajes son méritos que no solo hay que atribuir a
Alejandro Dumas, sino a su más estrecho colaborador, Augusto Maquet, quien ha
sido considerado por la crítica como el coautor de estas y otras novelas, que
siempre fueron firmadas por Alejandro Dumas.
Una delicia leer esta versión de 160 páginas
(frente a las 1000 de la edición original), con el fin de reivindicar entre los
jóvenes el placer de leer un buen clásico.
Julián Montesinos Ruiz.
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